viernes, mayo 15, 2015

Los bolches



Cuando estaba en el liceo mis amigos y yo éramos los bolches. Era el rótulo que nos habían puesto los demás. Eso quería decir que tomábamos como propias todas las causas, hasta las perdidas o las inexistentes. Éramos los primeros en salir a defender al compañero suspendido por romper el vidrio de una ventana de un pelotazo, o a la piba que se había anotado todo el resumen de biología en el dobladillo de la pollera. Sentíamos que todo era una mierda, y a la vez, no. Antes de entrar nos juntábamos en las escaleras. Tomábamos mate y fumábamos. Nico llevaba la matera, el mate y el termo, y entre todos hacíamos la baquita semanal para comprar yerba. Cuando faltaba algún profesor, o cuando simplemente no pintaba entrar a clase, jugábamos al truco en el bar de la esquina. El gallego no nos quería vender cerveza, pero si no hacíamos mucho barullo nos dejaba ocupar una mesa. Qué botón el gallego. Bien que cuando iban las trolas de la otra clase y le hacían caiditas de ojos les regalaba un chop para que lo tomaran entre todas. Nosotros no nos quemábamos. Con el mate lavado la íbamos llevando. Lo importante eran los campeonatos de truco que armábamos. Eran impresionantes. A Nico y a mi casi nunca nos ganaban. Éramos la pareja top entre los bolches. La pareja linda. Yo usaba la camisa leñadora de Nico. Y teníamos el pelo igual de largo. Me encantaba el pelo de él, me gustaban los pibes de pelo largo en esa época. Y pensaba que me gustaba su aliento a tabaco y yerba, y su olor a jabón de lavar y a humedad. Siempre estábamos juntos. Llegábamos al liceo de la mano, y a la salida me acompañaba a la parada del ómnibus. Éramos los que llevábamos la batuta en las asambleas. Aunque yo era más la secretaria que tomaba nota y él era como la versión teen del Che. Nico era respetado. Tenía ese aire místico cuando se quedaba pensativo y cebaba mate. A mi me gustaba su lado justiciero, su permanente estado de alerta frente a la autoridad. Un invierno hubo una marcha de todos los liceos. Fue increíble. Estuvimos una semana pintado banderas y armando pancartas. Y él iba delante de nosotros, con la cara tensa, animando a todos a seguirlo con los cánticos y las palmas.
Todo era así, lindo. Las remeras Hering negras se iban destiñendo, y a mi me parecía que era lo único que perdía color. Hasta que pasó lo que tenía que pasar. Resulta que entró un pibe nuevo. Hank. Era hijo de un inglés. Era medio concheto. Todos los días se paraba el jopito con gel. Tenía un par de remeras Lacoste y un vaquero Pepe Jean que le había traído el viejo de Londres. Y se afeitaba los tres pelos que tenía, pero se ponía un after shave que nos empezó a tener locas a todas. Hasta a nosotras, que parecía que esas cosas no nos iban. Si, a las bolches, las hippies, las sucias. Porque preferíamos ser eso que ser las conchetas, las huecas. Las que iban a bailar marcha todos los sábados. Todas esas lo rodeaban. Pero él se hacía amigo de todo el mundo. Era como que no tenía prejuicio con nadie. Un día se puso a jugar al truco con nosotros. Y hasta nos consiguió cerveza, porque al gallego le gustó eso de tener a un inglés en el bar mugroso. Era bueno jugando al truco. Le dio unas cuantas palizas a Nico. Yo pensé que Nico lo iba a empezar a odiar, pero cosa rara, se hicieron amigos. Muy amigos. Entonces los tres fuimos inseparables. Él también me acompañaba a la parada. Iba con nosotros a todos lados. A mi no me molestaba. A Nico tampoco. Pero no pasó mucho tiempo hasta que a mi me empezó a molestar Nico. Quería estar sola con el inglés. Las veces que nos habíamos puesto a charlar sin Nico en el medio, yo sentía que flotaba. Se podía hablar de todo con el inglés. Era conversador, no como Nico. Y como tenía tres hermanas mayores, se sentía cómodo entre mujeres, y entendía todo. Terminó de conquistarme una tarde que yo tenía dolores menstruales y fue hasta la farmacia a comprarme un remedio, y ni tuve que decirle cuál, y después me preguntaba cómo me sentía y me miraba con ternura como si fuese una enferma terminal. Empecé a sentirme fea al lado de él. Le devolví la camisa leñadora a Nico y me compré un busito nuevo. Me dejaba más seguido el pelo suelto, y aunque no sabía nada de inglés, ya que iba en contra de mis principios, escuchaba atentamente los cassettes que Hank me grababa con bandas del under londinense, y él trataba de familiarizarse con los que yo le grababa, cosas de Charly García, Legião Urbana y Los toreros muertos. Nico no decía nada. Así que yo seguía haciendo la mía, tratando de quedarme sola con el inglés y poniéndome celosa si él hablaba con alguna otra. La última semana de clases se armó un gran campeonato de truco. “El desafío final” le pusimos. Lo tomamos muy en serio. Vivíamos instalados en el bar del gallego. Éste se puso pesado porque nunca le consumíamos nada, así que le dimos el gusto y pedíamos una botella grande de pomelo para todos. Otros compañeros de clase venían a rodear la mesa. El bar se convirtió en una extensión del liceo, y los parroquianos de la barra nos empezaron a mirar mal. El campeonato fue peleadísimo. Como era de esperar Nico y Hank quedaron en la final, sacándose chispas. Estaba medio liceo ahí, esperando por la definición. Nunca se supo quién ganaría. Porque a un pelotudo se le ocurrió gritar en medio de la montonera: “Y por qué juegan, ¿a ver quién se va a tirar a la Lorena?”
Y la Lorena era yo.
En vez de levantarse a trompear al que había gritado, Nico me mandó una mirada de odio, y después perdió su calma habitual y se lanzó arriba de la mesa, derechito al cuello del inglés, y la botella de pomelo casi vacía y los vasos volaron y el gallego se calentó y con ayuda de los viejos de la barra que estaban esperando la más mínima falta de nuestra parte, los agarró y los sacó del brazo para la vereda y les dio un sermón que parecía que iba a durar toda la tarde. Después del espectáculo la cosa se disolvió y cada uno se fue para su casa, y yo me quedé ahí sin saber qué hacer, sintiéndome rara por tener que ir a la parada sola.




martes, mayo 12, 2015

Actor hiperrealista



Me presento. Soy actor hiperrealista. No hay mucha diferencia con un actor regular, a no ser porque tengo que ponerme literalmente en el lugar del personaje. Antes de interpretar a un bombero me entrené como tal y me convertí en uno. Nunca ejercí. Sólo interpreté a uno. Muy heroico, eso sí. Cuando hice de un tipo acabado, apostador y borracho, me sumergí en las carreras y el alcohol. Mi hígado se enfermó, mi familia me abandonó, pero no podía dar marcha atrás, lo requería el personaje. Perdí toda la plata en el casino, en el hipódromo, en las riñas de gallo. Dejé de bañarme y de afeitarme, y por poco casi olvido que todo era para crear al personaje. De hecho resultó tan creíble que recibí varios premios ese año. Luego me llamaron para interpretar a un simpático travesti que se prostituía para juntar dinero para el cambio de sexo. Entonces me bañé, me afeité, me olvidé de las apuestas y del alcohol, y empecé a hacer la calle. Estoy desarrollando un papel muy convincente, creo que será un éxito en la obra, más que el bombero. Mi clientela aumentó, pude ahorrar bastante, y ya tuve entrevistas con el cirujano y el psiquiatra. Dicen que estoy listo. Me hace sentir bien que se hayan creído mi interpretación, quiere decir que voy por buen camino. Espero que la operación no interfiera con el estreno de la obra.

jueves, mayo 07, 2015

Gay Talese. Retratos y encuentros de un periodista excepcional





"Hay que tener curiosidad, paciencia y perseverancia, pero la cualidad más importante es la paciencia. Por eso cuando un director o algunos de los que están arriba te meten presión e impaciencia, que es lo que domina en la cultura y el periodismo, alimentado por internet, hay que recordarles que si quieren calidad se necesita tiempo, y así se creará un producto bello". Gay Talese.

Al leer el artículo escrito por Gay Talese sobre el boxeador Joe Louis, Tom Wolfe lo bautizó como “el padre del nuevo periodismo” (aunque a Wolfe también le han dado esa etiqueta). Talese rechazó el rótulo con su elegancia natural, alegando que nada de lo que aparecía en ese reportaje era nuevo para él.

Hijo de un sastre de Calabria y de una madre italoamericana, Talese se crió en New Jersey tras el mostrador de la tienda de ropa de sus padres, donde aprendió a escuchar, a observar a los clientes con atención. Allí encuentra él la base de su forma de contar, de ese periodismo que se disfruta como buena literatura, que hace énfasis en los detalles para revelar la verdad de los personajes sin olvidar la importancia de una frase bien escrita.

A sus 78 años, Talese sigue activo, despierto y manteniendo su espíritu de dandy rebelde. Ataca a los periodistas de la era de internet, que crean sus notas desde atrás de un escritorio. “Lo que tienes que hacer es salir y buscar la información. Es muy importante escuchar y ver los gestos de las personas cuando hablan. No se trata de conseguir la información desde tu entorno, sino en el entorno en el que esas personas están. Tiene que haber un contacto físico con la persona a la que quieres describir”.

Retratos y encuentros (Alfaguara) reúne algunos de sus trabajos más emblemáticos, como la crónica “Frank Sinatra está resfriado”que publicó en 1965 en Esquire, y que fue elegida en 2003 como la mejor que se haya impreso en esa revista. Una joyita que no solo desnuda a un personaje icónico, sino que entretiene y atrapa como la mejor ficción. También deambulan personajes como Muhammad Alí, Fidel Castro o Joe DiMaggio. Amantes del buen periodismo y de la buena literatura, encontrarán en este volumen buenas dosis de ambos.