miércoles, mayo 29, 2013

Papa sin sal



  
Hay personas que prefieren no enamorarse, que le temen terriblemente al amor. El miedo a sufrir les hace desarrollar complejos artilugios emocionales para detener cualquier indicio de palpitaciones, rubor en las mejillas, falta de sueño o falta de aire. Lo que no quiere decir que no escojan a alguien como su compañero de ruta. En ese caso eligen una papa sin sal. La papa sin sal no irradia nada en particular. Ni alegría, ni sentido del humor, ni sarcasmo, ni entusiasmo o pasión. Es una sombra. Marca territorio con sigilo, porque sabe que cualquier cosa que fulgure puede llamar la atención de su amante.  Por eso no le pierde pisada. Se mantiene cerca con promesas de estabilidad. Esto funciona por un tiempo. La mansedumbre que le imprime a la relación podría ser irritante para cualquiera, pero para el temeroso amado es cálida y reconfortante.
La papa sin sal puede llegar a ser bella físicamente, pero sin duda carece de atractivo. No tiene una risa contagiosa, ni entusiasmo al hablar, ni una mirada intensa. Pasa desapercibida en grupos grandes o pequeños. Que esté, o no esté, le es indiferente a la mayoría.
Pero no nos engañemos: en el fondo, nadie quiere estar toda su vida al lado de una papa sin sal. ¿Imaginan algo más aburrido que eso? Alguien que sostiene, acompaña, soporta, sí, pero que no irradia luz propia.

Aunque no tengan nada en común, la papa sin sal se amolda, se adapta, soporta, calla. Hará esfuerzos desmedidos por estar a la altura, por mostrarse merecedor del cariño que recibe en cuentagotas. Lo que la papa sin sal sabe, en el fondo, es que probablemente tiene los días contados. Eso en el mejor de los casos. El rechazo inminente de su objeto de deseo puede llegar a darle la oportunidad de tener un brote tierno y verde que busque por sí mismo la luz del sol. Pero por lo general se olvida de sí misma y se pega a su presa, la rodea con convicción, la convence de su amor incondicional,  de que le está dando todo lo que necesita. Quien antes temía al amor ahora ya ni se lo cuestiona; la compañía de la papa sin sal es anestésica contra los dolores del mundo, sobre todo aquellos más terribles, los dolores del amor.