jueves, julio 26, 2012

Morrón y cuenta nueva




Un día nos conocimos y nos gustamos.
El problema era que nuestros corazones estaban chamuscados y adoloridos. Cada vez que nos acercábamos se contraían, reculaban, no querían saber de nada.
Así que ante la incapacidad de ofrecernos mutuamente nuestros órganos, los sustituimos por morrones.
Morrones recién arrancados. Rojos. Intensos. Brillantes. Perfumados.
Se adaptaron rápidamente a nuestros cuerpos. No latían como los corazones. Tenían una vibración casi imperceptible y constante, un cosquilleo fresco que impulsaba la sangre y erizaba los lóbulos de las orejas.  
Así es como cada vez que escribía en mi libreta y pensaba en sus ojos, dibujaba un pequeño morrón cruzado por una flecha. A su vez, un día de San Valentín recibí por debajo de mi puerta una esquela que decía “Mi morrón te pertenece”.
Hoy somos felices. Cada vez que pasamos por delante de una verdulería y vemos un cajón lleno de morrones, sonreímos. 




sábado, julio 14, 2012

Cepillos




En el baño guardo una caja llena de cepillos de dientes. Son de mis ex parejas o de personas que podrían haberlo sido, pero dejaron su cepillo antes de que la relación prosperara.
De hecho tengo una teoría: cuando alguien deja su cepillo, es el principio del fin. Siempre ha sido así. Mis relaciones se empiezan a deteriorar ni bien aparece un Colgate o Pico-Jenner en el vasito de cerámica.
Tengo de todos colores y en diferentes estados. Rojos, violetas, azules, amarillos, naranjas; con mango ergonómico, futuristas o de líneas simples; apenas usados o con las cerdas mirando hacia lugares diferentes.
 Cuando la cajita se empieza a llenar, los voy sacando. Me sirven para remover el sarro del desagüe de la pileta.


lunes, julio 09, 2012

Globo de nieve



Sacudo el globo de nieve en mi mano. Lo dejo sobre el escritorio y apoyo la cara sobre mis brazos para ver la escena. Sé que va a ser breve. Me las ingenio para meterme rápido, para verme y ver desde adentro de la cúpula de vidrio. Las partículas blancas se van asentando en el suelo de plástico. Pero para mí ya no es nieve falsa ni una representación tosca y mal pintada de una ciudad. Ya es una calle fría en vísperas de navidad. Camino por la acera húmeda que absorbe las luces coloridas de los escaparates. Levanto el cuello de mi chaqueta de cuero y enciendo un cigarrillo. Mis botas viejas taconean firmes, espantan a los gatos vagabundos de las esquinas, alertan a los drogones en los portales sucios. Busco un bar. Un lugar cálido para escuchar canciones viejas y emborracharme. La nieve está amainando. El cielo entre los edificios se aclara. Todo es demasiado silencioso. Un cartel de neón me da la bienvenida. Quito la nieve de mis hombros; abro una puerta y desaparezco.