lunes, diciembre 13, 2010

Amigos Imaginarios - Sofía Coppola*

Salimos del Museo Shitamachi un poco aturdidas. Es difícil y a la vez revelador recorrer la Historia de Tokio en una hora, pero los guías hacen todo lo posible para lograrlo. Demasiada información para mi cerebro occidental. Sofia, mi anfitriona en esta ciudad, está mejor preparada que yo para recorrerla, pero aún así está muy lejos de entenderla del todo. Quizás sea eso lo que convierte a Tokio en un destino tan atractivo e intrigante.
Sofía es callada, habla muy bajo y viste muy bien. Es una buena compañera de viaje. Le interesa leer buenos libros y escucha música de los 80 en su i-pod. Tiene la dosis necesaria de frivolidad y ese aire neoyorquino y cosmopolita que tanto me seduce. Pero es su visión lo que más aprecio. Su modo de ver las cosas, las personas y sus emociones.
Ahora estamos en Taito-ku, un lindo vecindario alejado de las bulliciosas calles que rodean el hotel Park Hyatt. Tenemos hambre. “Vamos al Edogin. Es un  restaurante barato y cercano al mercado de pescado. El lugar con el sushi más fresco de toda la ciudad”. Frunzo la nariz con tan sólo escuchar la palabra sushi. Detesto la euforia snob de Occidente por comer pescado crudo. Sofia se pone los lentes de sol y sonríe. “Tranquila, que hay un McDonald's cerca. Pero te aseguro que no te vas a arrepentir”. Vamos a la estación Ueno y comenzamos un viaje de varios minutos. Pero hay muchas cosas que mirar. En este caso los pasajeros. Las colegialas con sus uniformes tan lindos y el pelo teñido de rubio. Elegantes hombres de negocios. Jóvenes ensimismados entre grandes auriculares y revistas manga. Señoras bien arregladas que no miran a los ojos. “Andaba mucho en metro cuando teníamos la tienda de ropa”, dice Sofia. “Pero era acá adentro donde más me nutría sobre moda. Tokio es la próxima París”.
Volvemos a la superficie y el barrio es completamente distinto al anterior. Acá hay mucho movimiento, trabajadores que van o vuelven de su hora para el almuerzo y aromas fuertes que vienen del mar.  El Edogin no es muy atractivo, ni por fuera ni por dentro. “No lo necesita. La gente viene por la comida”, dice Sofia alentándome a entrar. La carta no está en inglés, pero no importa. Detrás del vidrio reposan réplicas exactas hechas en plástico de los platos que se ofrecen. Coincidimos en que es un detalle formidable y decido guiarme por los colores y las formas. Desembolso 400 yenes y recibo un generoso almuerzo. Sofia me observa expectante mientras doy mi primer bocado. Mastico lentamente y por fin admito que está delicioso. “Te lo dije”, dice feliz y señalándome triunfante con sus palitos hashi.
Después de comer decidimos aprovechar el resto de la tarde haciendo compras. Quiero ir a Harajuku, zona famosa por sus tiendas que imponen tendencias. Sofia dice que me lleva con la condición de poder pasear luego por Yoyogi, un parque cercano. La moda de Tokio ya no es una de sus prioridades. Quizás el Yoyogi la transporte un poco a su querido Central Park, y pueda anotar ideas frescas como el sushi para su próxima película.

*Publicado en 2008 en la revista Freeway.

5 comentarios:

Rebecca Milans dijo...

que buen regreso ! me estimula a desempolvar a mi también ...gracias !

Natalia Mardero dijo...

Siiiiiii! Dale!

Anónimo dijo...

¡Qué bueno que volvió el blog!

berna

Natalia Mardero dijo...

Jsjsjsjs! Gracias!

Natalia Mardero dijo...

Jsjsjsjs! Gracias!